Resumen:
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La ilustración muestra: una mujer próxima a una puerta, con la cartera colgada en su hombro y con las manos apoyadas sobre la espalda de un señor, dueño de una expresión de suma tranquilidad. Un niño los mira y está por sentarse mientras los escucha. El hombre dice, sin mirar a ninguno de los dos, pero nos damos cuenta a quién se refiere: “No te preocupes, le cuento un cuento y luego le preparo algo para comer”. Es la primera página de Caperucita (tal como se lo contaron a Jorge); el resto del libro muestra a padre e hijo –sólo por el título sabemos que se llama Jorge–, sentados uno frente a otro. El relato en cuestión es “Caperucita Roja” y aparecerá en viñetas en dos versiones: una que pertenece a quien la cuenta y otra que es de quien la escucha. La combinación del texto sencillísimo y breve de Luis María Pescetti, y de la imagen de O’kif, resulta una mirada reflexiva. A pesar de la versión tradicional y correcta que describe el adulto, el niño construye una aventura propia y casi opuesta, muy original. Las diferencias (todas) están marcadas por la ilustración, en la indumentaria, y por los colores, tanto de los personajes como de los fondos. Las representaciones del papá son en tonos sepia y las de Jorge en gamas fuertes. Por ejemplo, para el papá el cazador, que rescata a Caperucita del lobo, se parece a Robin Hood (estampa clásica del cazador del relato de los hermanos Grimm) y su arma es un cuchillo. Para Jorge, el héroe tiene el rostro del padre, el traje de Superman y un arma. Los peinados, de la mamá y de la abuela, la comida que lleva Caperucita y el bosque, evidencian las distintas épocas donde supuestamente transcurre lo dicho. La voz del narrador, enriquecida por la figuración, es objetiva y las viñetas ponen en disputa los imaginarios. La distancia entre los dos mundos (el del adulto y el del niño), con características antagónicas, tienen como consecuencia una intertextualidad y algunos estereotipos de determinadas situaciones. El tamaño de las viñetas va en aumento a medida que avanza la historia hasta que la visión infantil supera a la del adulto y tiene la última imagen (¿palabra?), al final del cuento. La muestra del inalterable universo adulto, fortalece la distancia generacional donde las mismas palabras pueden disparar cuadros muy dispares. Qué y Cómo se cuenta, y aquello que finalmente interpreta el receptor, en definitiva, es lo que ocurre con todas las historias, sin embargo esta concepción se refuerza mucho más si hablamos de literatura infantil.
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